martes, 1 de marzo de 2011

La Monetización del Conocimiento


Durante varias décadas en nuestro país, se ha buscado la fórmula que le permita al sistema educativo alejarse de los penosos resultados que arroja en todas y cada una de las evaluaciones sobre educación a nivel internacional.Hablamos no solamente de los contenidos que se manejan en las aulas, la poca o nula preparación del docente y los bajos niveles de rendimiento que presentan los alumnos de los distintos niveles de la educación básica.
Sino también de las pésimas relaciones que se construyen en torno a la triada educativa docente-alumno-padres de familia.

Tanto como el espacio educativo como el familiar parecen inmersos de un estado de aislamiento y rechazo, las interacciones entre estas dos dimensiones son bien escasas, y se reducen a situaciones de lo más elementales y superfluas.
La escasa comunicación entre ambas esferas es evidente, y ello contribuye a una formación dual, no sincronizada y deformada. Las exigencias sin embargo en los dos espacios son similares: alumnos que produzcan resultados de forma inmediata.
Repercute todo esto entonces en los contenidos y su eficacia, los padres buscan resultados rápidos e incuestionables, mientras que los docentes buscan estos mismos resultados con la finalidad de satisfacer a los padres. Se da prioridad entonces a los resultados sobre la experiencia, y a la evaluación sobre la valoración.

El discurso dentro del aula de clase en escuelas federales sigue siendo el mismo de hace décadas, "o haces lo que te digo, o te castigo", la forma más antigua y reducida del conductivo ortodoxo, es aun, la más utilizada por el grueso del profesorado de nivel básico (y si me animan, en todos los niveles).
Y no se trata solo de los planes y programas, sino de la filosofía de cada docente, del cómo se posiciona ante el conocimiento.
Veamos un ejemplo para aclarar mi perspectiva:

Una maestra de tercer grado de preescolar luce como casi todos los días un repertorio de actividades para trabajar con los niños que va desde colorear figuras fotocopiadas en una hoja, hasta copiar palabras del pintarrón una y otra vez, toda una gamma de experiencias (?). Pues bien, tal como todos los días la maestra da la instrucción, "vamos a colorear las carabelas con las crayolas, sin salirse de la rayita, y el que no acabe pronto no va a salir a recreo hasta que termine".

Así es como lo haría el maestro promedio. Ahora, un pequeño ejercicio mental para nosotros: quiero que te imagines un billete de la denominación que desees, digamos, un billete de 200 pesos. Ahora piensa, ¿qué imagen tiene en la parte frontal?... ¿Cuál en la posterior?... ¿Qué dice la leyenda en el frente, y en la parte de atrás?
Lo más probable es que no puedas recordarlo, y la razón es muy sencilla: no nos interesa saberlo.

Los billetes y monedas en realidad cumplen con una función básica, reducida a su mínima expresión podemos decir que son un objeto que nos sirve para conseguir algo que necesitamos, el billete por sí mismo no tiene valor para nosotros, ese valor lo adquiere en el momento en que necesito de él para adquirir algo que deseo. Es decir, su valor depende del intercambio, yo te doy algo que tu quieres con la finalidad de que tu me entregues algo que yo necesito. El resto no es importante, la función del billete se reduce solo a eso.

Regresemos entonces al ejemplo de la educadora, les pide a los niños que coloreen para que puedan salir al recreo. Los niños entonces realizan la actividad, pero, ¿Lo hacen porque atienden a una necesidad personal de aprender?, definitivamente no. Realizan la actividad porque la maestra ha fijado un proceso de intercambio: "te doy eso que deseas (recreo) solamente si tu me das lo que necesito (producto)", se da entonces el fenómeno que llamo monetización del conocimiento, el aprendizaje se reduce a su forma más simple, como el billete, a un objeto de intercambio, se elimina el aprendizaje significativo, y se reemplaza por una necesidad que no le pertenece al alumno, sino al docente.
Al niño no se le brinda la posibilidad de liberar su propia necesidad natural de aprender, desde el momento en que la educadora fija el monto del intercambio dicha curiosidad innata desaparece.

Nos encontramos entonces con escuelas de nivel básico que toman la forma de mercados del saber, donde las producciones y resultados son moneda corriente que sirve para obtener el objeto de deseo, la nota más alta.
Dicha práctica monetizante no se reduce a la dimensión escolar, sino que se puede encontrar en el ámbito familiar y social. La posmodernidad ha sabido jugarse muy bien sus cartas y se vale de este tipo de educación para promover una cultura del intercambio, "¿quieres ser popular? viste mi marca de ropa; "¿quieres ser feliz? consume todo lo que te ofrezco", este discurso del mercado es altamente afectivo para todos aquellos que hemos estado alienados a una economia educativa de intercambio, donde las necesidades propias se confunden con las necesidades del otro, y donde la capacidad de elegir las experiencias y los aprendizajes individuales conscientes, ya están predeterminados por un sistema educativo monetizado.